En cuanto saltó la alarma de que EE UU estaba sufriendo un ataque terrorista aquel 11 de septiembre de 2001, el vicepresidente Cheney y la entonces consejera para la Seguridad Nacional, Condaleeza Rice, se pusieron a salvo en un búnker subterráneo situado debajo de la Casa Blanca, desde donde Cheney coordinaba la reacción a la crisis. Este procedimiento era lo esperado. Después de todo, si unos pocos secuestradores que nunca habían pilotado un Boeing 757, ni nada parecido, consiguieron burlar las defensas de la sede militar de la mayor superpotencia de la historia, no sería mucho más difícil estrellar un avión contra la Casa Blanca, y sin duda sería mucho menos complicado hacer lo mismo contra un colegio en Florida.
Los que vimos la película de Michael Moore conocemos la escena surrealista en la que el presidente es informado por su jefe de gabinete que "America is under attack," es decir, que el país está siendo atacado. En este momento Bush, en lugar de interrumpir su visita promocional, sigue leyendo un cuento a los niños durante otros siete minutos, sólo para luego permanecer en el colegio otros veinte minutos más, e incluso dirigirse a la nación por televisión desde el propio colegio, sin ningún temor por su seguridad ni por la de los niños en el colegio.
Uno podría alegar que el presidente Bush anda un poco escaso de sentido común y que no sabía reaccionar a una crisis de esta índole. Pero eso no explicaría la aparente pasividad de su servicio secreto, que tampoco tuvieron ningún interés en proteger al que tiene que ser el objetivo número uno de cualquier atentado terrorista contra EE UU.
¿Y si Bush y su servicio secreto sabían que no corrían ningún peligro? Es una teoría, sí, pero una muy convincente si tenemos en cuenta las declaraciones de Cheney, que dice que agentes del servicio secreto se lo llevaron físicamente al búnker. ¿Por qué el servicio secreto del presidente Bush no reaccionaron?