Cuando un pueblo soporta la opresión durante años… y cuando esos años se extienden por décadas y hasta generaciones…, puede que empiece a tener la sensación de que un terrible dique esté deteniendo su justa furia y aspiraciones. Ese dique contiene, traba y suprime las corrientes que podrían conducir a la resistencia y la rebelión, a las corrientes de cambio. Luego, el dique empieza a verse eterna… y empieza a dar la apariencia que no existan corrientes… y empieza a parecer que no exista ninguna furia en absoluto entre las personas, aparte de la furia que se vuelva en su contra y en contra de uno mismo. El cambio, al menos el cambio positivo, parece imposible.
Pero un día, de repente, se revienta el dique y salen chorreando las aguas de una inundación. Ayer parecía imposible pero hoy parece que fuera inevitable.
En Tunicia, un hombre, Mohammad Bouazizi, después de recurrir a una que otra instancia del gobierno en busca de justicia porque la policía abusó de él, ya no aguanta más. Siente que la vida ya no vale la pena… o, mejor dicho, se convence que la mejor forma y la única manera de vivir es ofrendar la vida en protesta. Se inmola. La acción toca una fibra que resuena por toda la ciudad, el país, la región entera. Por ahora, los ojos alicaídos de ayer abren paso a caras que entre unas y otras comparten la solidaridad, lucha y determinación, y millones de personas con valor, desafían la amenaza de la muerte y dicen: ¡NO PODEMOS VIVIR ASÍ!
Se han dado tales sucesos a lo largo de la historia y seguirán dándose. Con mucha frecuencia parecen que salen de la nada. Cuando estas crisis broten, las personas cuestionan lo que solían aceptar; resisten lo que solían soportar.
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